Saturday, December 28, 2024

Luciérnaga, Natalia Litvinova

 De ser posible, yo pediría nacer barco,
uno que va hacia su naufragio
y sabe que hay un iceberg para él.
Mi vida consistiría en aprender
a nadar tranquila.
Natalia Litvinova


Con los años cada vez me es más fácil no leer desde la comprensión, sino leer desde la empatía. Parece una tontería lo que digo, y puede que lo sea, pero prefiero leer para ser el otro y pasar, como el recuerdo, la historia por el corazón antes que por lo que se pueda decir literariamente de ella. 
Me resulta curioso que mis últimas lecturas hayan sido sobre las relaciones de los hijos con sus padres. Luciérnaga, la reciente novela ganadora del premio Lumen de novela, de Natalia Litvinova también va sobre eso; pero aquí el pulso de la historia se dispersa en dos sentidos: mientras que mantiene una fuerte presencia sobre la vida de la madre, los golpes que te da tienen que ver con el padre. 
Nacida en Gomel, a pocos kilómetros de Chérnobil, Natalia hace un recuento de la historia familiar para su madre, por un motivo que no revelaré para que llegue a quien lea este libro en su momento y le duela. Y lo hace en tres tantos: primero la historia de su nacimiento e infancia en una ciudad tóxica por su cercanía con la central nuclear, después al indagar en la vida de la abuela, Catalina, capturada por los nazis y que, al retornar al país, recibe la condena de recoger la turba del pantano, y finalmente con los recuerdos de la familia al llegar a Argentina y todo lo que les sucede.
Y en esos tres actos, lo que hace Natalia, es desplegar una mirada amorosa y asertiva sobre los padres, sobre la belleza del canto del bosque, sobre la vida en el pantano, sobre crecer en medio del mundo tóxico post-Chérnobil, sobre la muerte vestida como una manada de ciervos, sobre cómo la escritura, cómo narrar, es "alargar la lengua, elongar el presente para que se toque con la leyenda".
Aquí hay llanto contenido, relinchos, liquidadoras, pueblos abandonados, engaños y padres y madres que elongan su presente con recetarios y amor a los perdedores, lobos tiernos, soldados que deambulan y golpes suaves que te abrigan el corazón y lo dentellean. 
El título, en sí, propone ya un símbolo: se les llamaba luciérnagas a todas esas personas que vivieron cerca de Chérnobil y los demás pensaban que estaban irradiados. Pero lo que irradia ilumina la oscuridad. Como la otra noche que tomé una foto y, ante la cámara pude ver una luciérnaga que flotaba sobre la calle. Pero al mirarla a ojo simple no la distinguí, pero en la cámara de nuevo, ahí estaba. Qué historias ocultas irradiamos hasta que alguien decide contarlas. Hasta que alguien decide contar la foto de una mujer que brilla como las aguas del lago Prípiat.

Litvinova, Natalia, Luciérnaga, editorial Lumen, 2024