Wednesday, August 27, 2025

La noche de las reinas, Vicente Alfonso

Algo que me gusta mucho de la forma como narra Vicente Alfonso es que es un maestro de la estructura narrativa. Sí, como los viejos maestros, es hábil en la construcción de los escenarios, de la trama y del manejo de la información. Nada está escrito porque sí, sino que opera en el fondo de cada escena o cada sección, una verdad que se escamotea y que sólo saldrá hasta que quien lee lo necesita para quedar aún más atrapada. Una narrativa de telaraña, que atrapa y te lleva por donde él quiere. Además de la construcción de la trama es un hábil constructor de atmósferas, tanto de la que surge de los escenarios en donde transitan sus personajes como de las internas, las que suelen volver enfermizos y derrotados, sedientos de venganza, abúlicos o frágiles a sus personajes. Todo esto lo resuelvo al leer su novela más reciente, La noche de las reinas, en donde cuenta el ataque a un gobernador de Sinaloa durante el ensayo del Miss Universo en Mazatlán en 1978. Que lo diga de manera tan categórica es parte del encanto de la novela. Vicente se mueve con soltura por las coordenadas de la vida tanto política como sentimental de Mazatlán y sus alrededores. Trae al lector a la guerrilla, a las argucias de los políticos, al servilismo puro y soñador de cierto tipo de periodismo y de cierto tipo de escritores que dan por lo que anotan su vida o al menos sus sueños. La narración cambia de perspectiva cada cierto tiempo, pasa del periodista Garay, al gobernador, el Tiburón Higareda y a las dos reinas de la novela: Miss Sudáfrica e Irene, una jovencita de la sierra sinaloense. Entre estas cuatro voces reconstruye el atentado y el caos, porque si algo tiene esta novela es que no tiene un espacio de tranquilidad: todo está enfierecido, caótico, hay vallas por todos lados, retenes, gritos, tráfico, incluso en los espacios tranquilos algo se mueve con el ritmo de las caderas de Renata. Pringa en el ambiente calor, suciedad, olores putrefactos y sol, un montón de sol. En fin, pues una gran novela, que te mantiene sin que la sueltes. Pienso ahora que extrañamos o se extrañan esos narradores que saben que su trabajo es contar una historia, no tanto construir artefactos no ficcionales literarios, que suelen hacer bostezar a muchos, pero no es este el caso. Me parece curioso, eso sí, que el libro me recuerda a Volar sobre el pantano, de Gerardo Laveaga, del que también he escrito un reseña hace algunos meses. En fin. Gran libro. No cuento más, ojalá les atraiga.

156 p
Alfaguara

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