Leo pocas novelas de tinte político porque asumo, están contadas con un conocimiento real de ciertas situaciones palpables de la corrupción del país. Hace años, cuando a Enrique Peña Nieto le preguntaron los tres libros que había leído y trastabilló con su respuesta en el marco de la Feria del Libro de Guadalajara, uno de esos libros que había leído era La inoportuna muerte del presidente de Alfredo Acle Tomasini y me dije, claro, él debía leer esa novela. Tuve la fortuna de editar esa historia y me la sabía al dedillo. Y claro que si él iba a ser presidente le debía interesar. Esa novela habla de los tejes y manejes del poder en un caso como ése. En fin. Menuda historia y menudo retrato que se hace de la política nacional. No es que haga una defensa de EPN, pero al menos él, como cualquier lector, leía lo que le interesaba dada su perspectiva personal. También me leí El dedo de oro de Sheridan, una divertida novela sobre en donde reside el poder de los gobernantes de México, pero a lo que voy es que acabo de terminar Hacia el pantano de Gerardo Laveaga y justo su novela es eso: el descenso de un grupo de personajes hacia la parte más abyecta de sus deseos que se logran bajo cualquier medio. Lo que campea y con lo que juega Laveaga es que tal vez hay un espacio de redención, pero éste desaparece rápidamente porque todos vamos hacia el pantano. La novela está construida por tres líneas argumentales: la de Arturo Pereda que se ve de pronto entronado como el nuevo fiscal general de la nación y todo los debates de eso, su relación con la corrupción presidencial y del aparato de estado, el de una amiga que narra las peripecias de otra para acostarse y casarse con un joven abogado de una respetable familia, para poder esquilmarlo a gusto con el pretexto del matrimonio, de la misma narradora quien descubre poco a poco sus ambiciones y la de un ladrón y luego asesino a sueldo que se ve enlodado con las ambiciones de cada uno de ellos. Hay víctimas en este libro que terminan como víctimas y sádicos que terminan como sádicos y en medio de ellos el personaje que se transforma, no necesariamente para su bien. Y en el inter, Laveaga de manera mordaz despliega sus baterías contra la vida política reciente del país, contra una imagen chabacana de la presidenta y una crítica nada velada contra el absurdo -se ve ahora aunque siempre lo hemos sabido de la elección de jueces y magistrados del país, que en Suecia o Noruega es comprensible, pero no en un país como el nuestro que sí controla en muchos sitios los carteles del narco-. Y todo esto, este thriller, lo cuenta de forma muy amena, suelta, con desparpajo y malicia el bueno de Gerardo Laveaga. Este país da ñañaras. No hay más qué decir. Y esta novela te lo recuerda con detalle y gran técnica argumental. Y en medio de ellos se eleva un gran personaje, sin fisuras, cuya inmovilidad permite ver la fragilidad de los otros: Rusalka, la amante de la ópera y quien conduce a todos, de una forma u otra, hacia la perdición.
Alfaguara
274 p.
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