Monday, April 28, 2025

Cuaderno de Tokio. Los cuervos de Sangenjaya, Horacio Castellanos Moya.

No pensaba leer hoy, pero mientras limpiaba unos libreros me apareció el Cuaderno de Tokio de Horacio Castellanos Moya, el célebre narrador salvadoreño, pero oriundo de Honduras. (Lean que fea cacofonía acabo de escribir.) Lo vi de pocas páginas y me salí a leerlo con mis perros que se quedaron en la otra casa, en la otra vida. Mientras deambulaban ante mis rodillas, olisqueándose y celosas las hembras entre ellas si acariciaba a una y no a otra, me sumergí en este diario que va por los derroteros de una temporada del autor viviendo en Tokio, pero que es más profundo que eso. Castellanos Moya es duro consigo mismo. Arrastra una decepción amorosa a sus 51 años, con la cuarta mujer de su vida, a la que le ha puesto los cuernos y ella a él también. Esa depresión y la dureza con la que se habla permean la obra, así como el ir y venir por la geografía japonesa acompañado de amigos y de posibles parejas sexuales porque, como lo dice él mismo, él es carne y deseo. Un deseo que satisfecho lo empodera, pero cuando no lo lanza a la incertidumbre. Mientras, intenta hacer un ensayo sobre Kenzaburo Oé. Pero se dice cosas como. "Tener opiniones y querer pregonarlas me hizo un imbécil", "Estás hinchado de vos mismo, nada te cabe", "Sólo mientras escribes encuentras un poco de sosiego". El Castellanos Moya de estas páginas se nos presenta no como la figura literaria, sino como un hombre atribulado por la desgracia amorosa, duro con sus aspiraciones como escritor, incapaz de conectar con alguien en Japón, mientras se maldice por no poder vivir la estancia con más entereza, sino sólo dominada y sentida bajo el espejo de la frustración y el olvido. No sé qué tanto de este hombre descarnado me emplaza, pero hay cosas suyas que las entiendo a la perfección, pero me sucede como a una chica que conocí en un evento, hace muchos años. Dijo que mi libro no le había gustado y que ella no quería ser como los personajes de los cuentos. Ahí supe que su lectura no había terminado en el goce pero que ella había leído profundamente los cuentos como para tomar distancia de lo que leyó. Así me pasa con Cuaderno de Tokio. Espero no llegar a los 51 con ese estado de ánimo, no porque quiera engañarme con la felicidad, sino porque quisiera creer que puedo desarrollar otro tipo de herramientas ante la frustración. Mientras, leamos de este hombre herido. Con una herida que todos reconocemos: las del corazón.

Editorial Hueders
p 88

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