Tenía tiempo con el deseo de leer a Piedad Bonnett. Un deseo que viene construido de la mercadotecnia, por supuesto, pero que celebro que esta ocasión sea de la bonita, es decir, de aquella que te acerca a voces interesantes, a prosas que van con lo que tú crees que es una buena prosa. Supongo que esto puede parecer un alarde, miren, a X sólo le gusta la buena prosa... pero ¿qué se le va a hacer? Si como lector no llega uno a construir sus gustos pasado cierto tiempo, pues, es que tal vez no se es lector. Porque leer es como el amor. También se toman decisiones. Además, por un azar inesperado de la vida, tuve la fortuna de estar en la rueda de prensa en el palacio real en Madrid, cuando se anunció su premio Reina Sofía. No he leído ese libro, dicho sea de paso, porque tal vez se me perdió en la mudanza. En fin. El caso es que tenía tiempo con el deseo de leer algo de ella y finalmente lo he hecho. D. me pasó la novela en una comida inesperada, pero larga y con buena sobremesa, en la cdmx. Y ahora que volví a tener otros días de vuelos y traslados la empecé a leer ya noche, en el hotel. Uno muy bonito, con una biblioteca abierta a la que se llegaba tras pasar por un pasillo largo, bien iluminado por el atardecer gracias a sus ventanas amplias. Y lo que encontré fue la historia de una mujer ya entrada en años -más o menos como los míos- a quien una tarde su marido la obliga a aceptar la remodelación de la cocina. Ella ha perdido a su madre hace años, su hija en apariencia una profesionista competente y exitosa casi no le habla y el esposo es un poco esa mezcla de todos los esposos huraños, enmohecidos y secos que solemos ser todos los esposos y ex esposos del mundo. Al punto de iniciar el relato, el padre de la protagonista también enferma. Desde este punto de partida Piedad Bonnett retrata una vida consumida, con momentos de satisfacción y respeto que suelen venir del trabajo, pero no de la familia. Hace el retrato del padre terrible, de la madre opacada y de la misma protagonista, Emilia, tan apagada como todos los personajes de la novela. Hay miseria humana, pero no de la que nace de la maldad, sino de la que surge del dolor y el olvido propios. Hay también viajes, relaciones familiares rota o en construcción y finalmente, todo el peso de la novela recae en quien menos se espera, quien sacude al fin a la protagonista no para su gran transformación, sino acaso, para tener una válvula de escape y volver a dormir. Qué hacer con estos pedazos. Al parecer nada. Solo reunirlos y ver si con estos pedazos podemos ser otros, o al menos, pedazos no tan dispersos, que unidos, tal vez jamás.
Alfaguara
166 p
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