Siempre me han fascinado las novelas que reconstruyen épocas pasadas, como esas telenovelas de época. Y cuando lo hacen sin el interés de reconstruirla, es decir, que pasan por ellas solo como el escenario por donde discurren los personajes, el verdadero motivo para contar la historia, pues es mucho mejor. Eso y más puedo decir de la estupenda Vals para lobos y oveja de Ernesto Lumbreras, una novela que nos lleva por los años complejos y furiosos del siglo XIX, en el delta del Mississippi, el viejo oeste y el mundo gambusino, los apaches, la caza de los mismos, la nostalgia por la invasión norteamericana y el fanatismo religioso en México tras la guerra contra el II imperio de Maximiliano. El joven Sthepens sale de Inglaterra junto con su madre para probar suerte en Estados Unidos tras quedar desamparados por la muerte del esposo y padre en el mar. El viaje convierte a la novela en una mezcla de novela de iniciación y de road novel. Es una novela entrecortada, contada en fragmentos, con una clara voz literaria que, en primera persona, nos relata el viaje del joven, su enfermedad en el barco, su violencia juvenil, su amor por los libros y las marionetas, su vida como gambusino y finalmente, su muerte a manos de una turba religiosa azuzada por el párroco de Ahualulco, Jalisco. Las cosas que más me gustaron ya las he medio dicho, pero debo agregar como el gran personaje de esta novela a la prosa poética, sintética, a los remates finales de los capítulos que capturan con belleza la naturaleza humana y el paisaje. Es una gran obra. Si tuviera qué elegir cinco cosas que disfruté mucho fueron: los monólogos y el arte de trabajar con marionetas, la descripción de las cañadas y la vida gambusina, la escena cruel, delirante y amarga de una venganza que ocurre casi al final de la historia, el lenguaje y claro, el viaje por el Mississipi.
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