Cada año escucho sobre Alfonso Reyes, es decir, de mis últimos nueve años, cada mayo o antes de mayo, una parte de mi interés gira alrededor de él y su obra. Debemos hacer libros suyos, pero la verdad es que salvo contadas ocasiones los leo, ya que otra parte del equipo los hace, pero este año decidí ponerme más a la mano con él. Ese Alfonso Reyes monumental, lejano, casi una sombra brillosa por la institucionalidad, de la que a veces, confieso, no entiendo toda la alaraca que se hace a su alrededor. Y luego veo, como en el gimnasio, que se mantiene por un puñado de estudiosos que, no son un puñado, sino mucho más. Y, sin querer, yo me he hecho parte de esa familia alfonsina. Por eso, vuelvo a esto, este año he decidido ponerme más a tono. Por eso leí los cuentos, reseñados aquí, pero también he releído o me he reencontrado con su Visión de Anáhuac, la Oración del 9 de febrero, La Saeta, Parentalia, entre otros libros. Y esta semana al fin pude leer este trabajo monumental de Javier Garciadiego, Sólo puede sernos ajeno lo que ignoramos. Ensayo biográfico sobre Alfonso Reyes. Y digo monumental porque lo es, y al mismo tiempo, sin academicismos, más como una charla entre amigos, con señales puntuales sobre la vida y obra. En parte, me parece un libro bifronte, el texto que es rico en anécdotas y que arma la vida del regiomontano, y las notas, eruditas, que abren y profundizan la conversación, atañen al dato duro, que complementa con inteligencia lo que se lee. De esta manera, tenemos un volumen complejo y completo, de amigo y de estudioso, que logra desentrañarnos una vida, la del hijo que durante toda su vida no se perdonó pedirle a su padre que no se sublevara contra Madero; sublevación, que habría de terminar con su muerte en el inicio de la decena trágica y que inauguró una etapa sangrienta, acaso la mayor, dentro de la historia de la Revolución mexicana. Este Reyes de Javier Garciadiego, es un Reyes sífico. Un hombre que todo el tiempo está rodando algo para no alcanzar nada, aunque en el trayecto construya tantas cosas acaso como una marginalia, pero da la impresión de que Reyes nunca tuvo tiempo para ser Alfonso Reyes. Es decir, el verdadero Alfonso que pudo ser, porque primero tenía que ser el hijo que su padre quería, el general Bernardo Reyes, luego el que Henriquez Ureña quería, luego el que debía ganarse el sustento en París y Madrid, luego el que debía sortear las viscitidudes diplomáticas en Argentina, España, Francia y Brasil, luego el que tuvo que tener el encargo de dirigir El Colegio de México, El Colegio Nacional y la Academia Mexicana de la Lengua. Y en suma, el Reyes que no pudo escribir su obra porque tenía que escribir otra obra para poder sobrevivir. Es un libro duro, pero hermoso al final, claro y conciso. Un trabajo monumental que enternece en sus últimos párrafos.Hasta aquí llegan los días alcióneos, parece decir a fin de cuentas Garciadiego, todo lo que salga de aquí será imputado a la memoria de Reyes. En fin, me gustó el libro, me permitió conocer a detalle una cronología vital que conocía a dentelladas, me enternece que Reyes haya amado a su Marlen en Brasil, a su Nieves Gonnet en Argentina, que sufra porque su hijo se casa con su tía, que viva hipocondriaco, que no se recupere del sacrificio paterno, de la reticencia a su hermano, que sea un señor de su tiempo, para bien y para mal. Reyes tuvo tantas historias de libros propios mal editados que una cosa sí me queda claro: estaría feliz con las ediciones que hacemos de sus libros.
520 p
El Colegio Nacional
Universidad Autónoma de Nuevo León
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