Compré este libro en una feliz Feria del Libro de Guadalajara en la que todo era normal. Iba por el pasillo de las editoriales infantiles, charlaba con unas mediadoras de lectura y luego lo vi: Mi guerra ajena, Marina Colasanti. Sólo quedaba un ejemplar y se lo arrebaté a una colega. De entonces a la fecha, pasó otra vida y finalmente la semana pasada lo empecé a leer. Yo sé de la trayectoria de la escritora, pero la verdad es que nunca la había leído. Me gustan las biografías o memorias de autores, como Volando solo de Roal Dahl, y Mi guerra ajena no me defraudó. Una niña Colasanti narra las peripecias de su infancia en medio de la Segunda Guerra Mundial, su primera residencia en Asmara, donde su padre, soldado del Duce, ha sido enrolado tras la conquista de Etiopía. Desde ahí saldrá a su segunda casa, Italia, y en donde pasará de ciudad en ciudad huyendo de la guerra, hasta que finalmente su destino la pone en dirección a Brasil. Pero en ese periplo, Colasanti nos habla de otras cosas en realidad: de la vida y sus carencias, de la gente, de plazas de árboles tras muros secretos, del sabor extraño de la achicoria que sustituye el café, de su joven cuidadora, Gina, que una tarde maldita encontrará a tres soldados alemanes que la dejarán casi muerta en un campo, del padre, Mamfredo, que ama la guerra, de la madre seria que mira por los balcones de los cuartos rentados en un hotel. Y habla de las castañas que se encuentran por azar y salvan la hambruna, y los bombarderos y en estar en el filo de las ventanas. Habla de la cocina y las pastas de la abuela, del hermano, de la confección de vestuarios para películas que hace su tío para la Cinecitá. Es una biografía, una memoria de la infancia que, como toda buena memoria de la infancia, desafía el mundo de los adultos. Hace días leí otro libro sobre cómo los niños lo saben todo y es cierto. De todo lo que cuenta Colasanti, me quedo con esta escena: su padre, soldado, (de hecho así empieza la memoria, con la boda de los padres). Ella ha crecido viendo soldados, a valerosos soldados italianos que han peleado en África y en el norte de Italia. Para ella, los soldados italianos son muestra de honor y gallardía, pero cuando viaja a Brasil, a un Brasil que estuvo del lado de quienes ganaron la guerra, descubre que para los niños de la plaza por donde vive, los soldados italianos son muestra de cobardía, de gazapos, de cosa perdida. Y Colasanti se enfrenta a eso, les dice que ella sí los vio luchar, que los vio marchar, que los vio ganar y perder y ganar la guerra. Pero los niños no entienden. Yo sí sufrí los bombarderos, yo sí vi las tanquetas, las bombas, etcétera. Pero los niños se ríen, se mofan de sus valerosos soldados. Esa escena me rompe el corazón, ahí está toda la fragilidad humana, el otro, el yo, puestos en juego por la maquinaria de la violencia y la publicidad. En fin, qué bellas memorias. Tan bien escritas. Tan humanas. Tratándose de Marina Colasanti no podían ser de otra manera.
Babel libros
396 p